martes, 20 de enero de 2009

Sobrevaluaciones existenciales y devaluación humana





Codependencia y no-compromiso

Para observar y comprender el comportamiento de las personas, hay dos formas de relaciones humanas que debemos tener en cuenta: la codependencia y el no-compromiso. Las personas codependientes están sobrevaluando a alguien de quien necesitan depender, y están autodevaluándose. Las no comprometidas prefieren devaluar a los demás: a nadie le dan tanta importancia, pueden sustituir como pieza de recambio a cualquiera.

Soledad

El miedo a la soledad, en el primer caso, se manifiesta aferrándose a alguien en particular; en el segundo, recurriendo a quien sea que esté disponible entre opciones múltiples, evitando que alguna de ellas en particular se torne tan importante que, si llevara a la codependencia y después faltara, pudiera generar una soledad difícil de sobrellevar. Así, ese miedo adquiere un valor tan alto que no se sabe cómo se podría vivir sin él.
La tecnología y el abaratamiento del costo de las comunicaciones electrónicas han posibilitado aumentar las opciones de relación, ya sea por teléfono o por chat, e incluso concretando citas al instante por esos medios, alguien puede evitar sentirse tan solo, si acaso lo estuviera. Hubo un tiempo en el que había que salir al mundo en busca de amigos, o bien ellos llegaban a casa, y había que cuidarlos porque solían ser pocos. Ahora nos llegan a veces no se sabe de dónde, por el MSN o el Facebook, y sumados a los que agregamos porque los vimos alguna vez donde les tomamos los datos, llegan a ser tantos que uno puede darse el lujo de descuidarlos,
desatenderlos, eliminarlos de vez en cuando.
Cuando se tiene tantas opciones de amistades, es difícil hacer preferencial a alguien en particular. Como decía hace unos años una frase que leí: "Ahora, con MSN Messenger, vas a tener tantos amigos que no tendrás tiempo para dedicarles" y yo decía: si no voy a tener tiempo para ellos, ¿para qué los quiero, y para qué quiero el MSN Messenger?

Depresión

Si tener tanta gente en la vida de uno, sirviera por lo menos para no caer en la depresión, en la sensación de vacío, de no importarle a nadie, entonces podríamos contar con la tecnología de las comunicaciones para vivir mejor. Pero cuando ella nos ha ido convirtiendo en una alternativa más entre muchas, la persona con la que de pronto quisiéramos estar, puede que tenga la atención repartida en varios de sus contactos, quizá un poco en nosotros; y tampoco ella captará nuestra entera atención, tan fácilmente repartida en otros como la suya. Nos damos cuenta de que nadie es de vital importancia para nadie, hacemos sentir a otros al mismo nivel de importancia de terceros, o más abajo, rara vez más arriba, y así nos hacen sentir, devaluados. Cuando con la sensación de soledad resultante, alguien llega a percibir lo poco que le importa a los demás, de ahí a los estados depresivos puede haber un solo paso.
Si deprimirse fuera considerado una enfermedad social-cultural antes que psíquica, el problema estaría resuelto desde la escuela: se enseñaría a los niños y adolescentes a autovalorarse y a asignarle el debido valor a los demás; al menos a alguno que otro de los demás, aunque sea a uno solo. A veces con poner dedicación a una sola persona que pueda necesitar de alguien, puede evitar una tragedia.
Si la depresión fuera causada por un problema interno del individuo que debiera ser resuelto con fármacos y psicoterapia, se trataría de un problema real, pero es ilusorio (como dijo Facundo Cabral: "no estás deprimido, estás distraído"): es una enfermedad social instalada en la cultura, y constituye un gran negocio médico, psicológico y farmacológico, que también puede extender las consecuencias al rubro funerario y, de ahí, al de marmolerías, broncerías y florerías. La industria de la depresión hasta se ha vuelto una moda: deprimirse es "in", permite pertenecer al círculo de los amargados que creen que si fueran alegres los dejarían solos y se deprimirían. Los chicos Emo, con sus ropas, accesorios, música, y productos varios que consumen, son una de las vertientes del gran negocio de la depresión. Ella tiene alta cotización en el mercado, hasta se ha vuelto deseable padecerla.

Bisexualidad y droga

Pero para entrar al círculo de los trastornados mentales con pase libre, es bien visto que entre los requisitos reunidos, estén la indefinición sexual y la disposición a drogarse. La ecuación es muy simple: si no se sabe lo que se quiere de la vida, y cualquier tipo de perversiones "experimentales" otorgan perfil de persona atrevida a todo, mientras los demás quedan como unos cobardes moralistas conservadores, de ahí a alimentar económicamente las redes del narcotráfico el paso es muy corto. No tener unas claras definiciones sexuales, éticas y de autovaloración, lleva a que drogarse se considere una viveza, una capacidad de resolución, y que una estrella de rock muerta de sobredosis sea glorificada como si hubiera atravesado el portal de los dioses del Olimpo, como aquél de los Doors, que cumplió con su sentencia: "vive rápido, muere pronto y sé un bonito cadáver", porque no tuvo salud ni altura mental para quedarse a vivir sin prisa, mucho, y ser un bonito viviente.
La indefinición sexual que está de moda, así como la depresión, tampoco es una realidad mental, sino una ilusión social y cultural que ha sido implantada en las mentes. La bisexualidad es más una idea ejecutada como un juego de simulación, que como una necesidad interna. Los jueguitos bisexuales forman parte de los rituales adolescentes que definen quién está dentro o fuera del círculo. Dentro del círculo puede encontrarse la droga más fácilmente que afuera, así que pagar el derecho de admisión con el ano roto o teniendo que romper alguno, puede ser preferible a quedarse sin suministros. No se trata de homosexualidad ni de lesbianismo: ya no estamos en tiempos de ser o de tener, sino de parecer; actuar homosexualmente, basta para lograr el derecho de admisión, aunque eso no signifique homosexualidad, psicológicamente hablando. De ahí que no es que haya más homosexuales que antes, sino más gente que está jugando el juego de las apariencias.
Terminado el juego, algunos se quedarán pegados a una nueva inclinación sexual, y otros volverán a la heterosexualidad a la que realmente pertenecían.

La autoridad

A todo esto se suma que los padres permisivos que dejan librados a su suerte a los hijos, carecen de vocación y oficio para ejercer la paternidad responsablemente, y proceden de unas últimas generaciones que se suponía iban a ser la esperanza del mundo, y terminaron empeorándolo; no están en condiciones de orientar a nadie. Sus hijos pueden manipularlos a su antojo, las reglas en el hogar y en la escuela han sobrepasado el límite de la flexibilidad, porque entre toda la devaluación humana existente, la autoridad ha perdido todo valor; en la casa, en la escuela, en los cuadros policiales, en el gobierno.
Lo único que tiene un valor indiscutible son las transnacionales del nuevo mundo corporativista neoliberal; ellas son la autoridad, se han apoderado de los países, dictan las reglas, y los gobernantes, los policías, los maestros, los padres y finalmente los hijos, todos obedecen. La regla básica es que ninguno de nosotros vale nada para cambiar al mundo, ni siquiera para cambiarse a sí mismo; sólo estamos aquí para consumir lo que se nos ordene, y si ha sido ordenado que la droga debe ser distribuida para que los ciudadanos sean fácilmente manipulables, no habrá gobierno, policía, maestro o padre con fuerza alguna para oponerle resistencia.

Felicidad ficticia

Drogarse o emborracharse tiene un costo: la búsqueda de la felicidad requiere recursos económicos, y una crisis mundial como la que está sucediendo, puede hacer que unas cuántas máscaras se caigan. Está el caso de Islandia, que estaba clasificado como uno de los países con la gente más feliz del mundo, y en solamente dos años ha caído a los últimos puestos. Porque era una felicidad basada en factores económicos sobrevaluados, no en valores humanos. Como lo humano está devaluado, las sociedades se construyen sobre el dinero, y ningún sistema económico creará otra felicidad que una ficticia que se desmoronará como un castillo de naipes ante una crisis económica.

En conclusión

El dinero está sobrevaluado. La droga está sobrevaluada. La bisexualidad está sobrevaluada. La depresión está sobrevaluada. El miedo a la soledad está sobrevaluado. Todo eso está sobrevaluado porque uno mismo se ha devaluado y ha devaluado la importancia que otros tienen en la vida de uno. Hay alguien, por encima de todos nosotros, a quien le conviene que así funcionen nuestras mentes y nuestra sociedad. Porque los países ya no se construyen desde adentro, sino que son progresivamente ocupados, movidos y reconfigurados por intereses foráneos sin bandera, disfrazados de salvadores del pueblo en carácter de inversionistas de tal o cual país, al cual ni siquiera se llevan el dinero del pueblo explotado, para que circule entre el pueblo de ellos, porque las cuentas están en Suiza o las Islas Caimán. Así ya no tenemos países; vivimos en republiquetas pseudodemocráticas donde el único poder del pueblo consiste en que le sea dado lo que el pueblo pide, en tanto y en cuanto eso que pide sea mierda. He ahí la célebre frase de cierto empresario televisivo que dijo que si el pueblo pide basura, hay que dársela. A eso le llaman democracia: a sobrevaluar la pobreza mental que constituye un capital humano útil, explotable. Las telenovelas baratas de dramas pasionales de la empresa de ese señor, son alimento incomparable para mantener a las mentes en sintonía constante con la idea de que una vida de martirios y de bajeza humana conduce al final feliz de princesas y príncipes azules.
La revaluación de nosotros mismos no va a estar promovida por ningún sistema político, educativo o económico; esto ya es un sálvese quien pueda, y ni los grandes medios de comunicación ni las redes sociales de Internet van a lograr más que reorientar a una minoría, hecha de rebeldes, disidentes que se les escapen por las grietas del sistema a los que se encargan de mantener a cada uno en su triste lugar. Porque sólo una minoría entiende que el verdadero rebelde no es el que se rebela con vicios o degeneraciones: los que lo hacen queriendo diferenciarse del resto, terminan siendo un resto indiferenciado, uno más en el común denominador, en el que los heterosexuales y los que no se droguen deberán empezar a hacer sus propias marchas del orgullo cuando ellos terminen siendo los discriminados por no integrarse. Si así están las cosas, y si rebelarse siempre fue ser de una minoría, entonces ser rebelde de verdad y no oveja bisexual, deprimida y drogada de rebaño, supondrá saberse miembro de una minoría devaluada por los otros, pero suficientemente autovalorada para montar la existencia sobre valores reales, y no sobre ilusiones que son meros implantes socioculturales en mentes débiles.


Claudio Omar Rodríguez
Monterrey, 20 de enero de 2008
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Hablaré de esto el jueves 22 de enero de 19.00 a 20.30 hora de Monterrey, México, (1.00 a 2.30 GMT del viernes 23) en el programa radial "Diversidad", de XHWEB, conducido por Edmundo Vidales. www.xhweb.com.mx (clic donde dice "escúchanos en línea" o "escúchanos en vivo")
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