martes, 18 de noviembre de 2008

Día de la Independencia = adolescencia. ¿Y la madurez?



Martes, 16 de septiembre de 2008 a las 20:58 Facebook Claudio Omar Rodríguez


Seguimos festejando fechas en las cuales lo que se hizo fue cambiar el destino de las riqueza producida por el pueblo: en vez de irse en los barcos, se fue a los bancos (actualmente, suizos); en vez de ir a la Corona, se repartió entre los que tienen coronita; nunca se democratizó la independencia; bastante costó al menos federalizarla contra los que mantenían el centralismo como sustitutos de los virreyes concentrando el poder y el capital en lo que, precisamente, no por nada se llamó 'la capital'. Un día de los inicios del siglo XIX, algún campesino del interior fue notificado de que el producto de su trabajo ya no iría para el Rey, sino para unos tipos de la gran ciudad, que vivían como reyes. Al campesino le daba lo mismo, pero debería enseñarle a sus nietos a cantar un himno, portar una cinta o un trapo de colores, llamarle 'patria' al mismo terruño de siempre y llamarse 'patriota' por trabajar por el progreso y el bienestar en donde ya lo hacía. No le dijeron que ahora iba a estar mejor, porque eso generaría expectativas que difícilmente le cumplieran los nuevos destinatarios del capital. Solamente lo notificaron de los cambios administrativos; eso es todo. Y eso sería lo que de ahí en más debería conmemorarse festivamente.

Los tartaranietos del campesino todavía no entienden qué es lo que se supone que deba ser festejado, si los folklores musicales, deportivos, lingüísticos, culinarios, y demás que caracterizan al pueblo, ya empezaban a existir y se proyectarían al presente cualquiera fuese la autoridad gobernante, foránea o criolla. Un pueblo es lo que es, no gracias, sino al margen y hasta, a veces, muy a pesar de la 'independencia' que unos tipos declararon sobre él. Si esos tipos hubieran gestionado, ante la monarquía europea, mejoras en las condiciones de vida de los colonos de América, todos quisieran ser como los ingleses en las Falkland o Malvinas, o los franceses en Tahití: no quieren la independencia. ¿Por qué habrían de quererla los provincianos de Cuyo, de Jalisco, de Medellín o de Maracaibo? Ya no podían EXIGIR sus derechos a una monarquía distante: debían rendirle tributo a un sistema controlador y represor de AQUÍ MISMO. El cual se encargaría de encarcelar o hacer desaparecer a cuanto demandante de derechos saliera a manifestarse. Ninguna revolución popular puso un representante ante la Corona Española para negociar derechos y mejores condiciones: esa posibilidad fue anulada por quienes se interpusieron entre los colonos y el rey, y se pusieron ellos mismos como los NUEVOS DUEÑOS de las tierras coloniales y amos de los pobladores de ellas. A los cuales obligaron a festejar una independencia no deseada, que los sometía al autoritarismo de los usurpadores del poder. Fracasada la tentativa de los españoles, de liberar a los colonos de sus golpistas jefes, se engañó a los pueblos con la mentira de república y la democratización, porque las estructuras de poder estaban diseñadas para seguir favoreciendo a las élites.

Los gobernantes que intentaron el asistencialismo a los pobres dilapidando fortunas que ellos pisotearían, se empeñaron en mantener la pobreza en vez de erradicarla: si en vez de ayudar a los pobres hubieran ayudado a los que quisieran dejar de ser pobres, habrían acabado con el conformismo de los que mantienen en existencia la clase social de los faltos de ambición y, en gran medida, ignorantes (considerándose la importancia de tener un pueblo ignorante para gobernarlo más fácil).

Deberíamos maldecir el día en que nuestros ancestros dejaron de ser 'dependientes', por causa de unos tipos que no representaban al pueblo, sino que eran unos codiciosos que vieron la oportunidad de desviar hacia sí mismos el flujo de capital que se embarcaba a España. Se repartieron el botín, y dejaron al pueblo librado a su suerte (hasta que, acaso, insinuara organizarse y levantarse en armas como los sandinistas o los cubanos, en cuyo caso usaría al ejército -brazo armado defensor de la nación contra enemigos foráneos- para reprimir al propio pueblo).

Las colonias vivían la infantilidad de una sociedad; la independencia fue el paso a la adolescencia, en la cual se quedarían los pueblos que no maduraran dándose cuenta de que la única realidad en la que se sustentan los países es en la interdependencia: ninguno es autosuficiente en recursos naturales o en tecnología; todos precisan algo del vecino o del otro lado del mundo. Festejamos, entonces, independencias ficticias, porque todo país depende de otros en alguna medida.

Claudio Omar Rodríguez


No es raro que mis ideas no sean tan mías ni tan originales. A veces es satisfactorio comprobar que ya existían:


TRIBUNA: BENJAMIN BARBER

El día de la interdependencia

Benjamin R. Barber es catedrático de la Universidad de Maryland y autor, entre otros libros, de El imperio del miedo: guerra, terrorismo y democracia. Traducción de News Clips

EL PAÍS - Opinión - 10-09-2004

Tres años después de los horrores vividos el 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos está inmerso en una campaña electoral en la que ondean las banderas y que confirma que aún no se han comprendido las lecciones más importantes de aquel fatídico día.

Tanto en la convención demócrata como en la republicana, los delegados exhibieron sus credenciales patrióticas y dieron a la guerra contra el terrorismo -la guerra por la seguridad nacional- máxima preferencia. En la convención demócrata, el senador Kerry, que recientemente parece haber renovado su respaldo a la guerra de Irak,aseveró que él, exactamente igual que el presidente Bush, no pediría el 'permiso' de nadie para proteger a Estados Unidos de sus enemigos. Y aunque inmediatamente antes de la convención republicana el presidente Bush parecía admitir que la guerra contra el terrorismo nunca se podía ganar, quienes hablaron en ella, desde McCain hasta Giuliani, Schwarzenegger y Cheney, convirtieron esa guerra en la principal misión del gobierno. En lo que a Estados Unidos se refiere, parece haber consenso en que lo primero es la seguridad; y en lo que a seguridad se refiere, Estados Unidos es el primero, el último y el único.

Todo ello parece sugerir que en nombre del 11-S los estadounidenses siguen haciendo caso omiso de las lecciones del 11-S. Pero aunque los terroristas fueran unos asesinos brutales, también fueron unos instructores brutales sobre las nuevas realidades del mundo del tercer milenio, principalmente la realidad de la interdependencia. Para lasnaciones ya no hay un dentro y un fuera. Los muros ya no funcionan. La Unión Soviética pagó el olvido de esta verdad con su propia existencia hace 15 años, mientras que, al reconocerla, Europa puso fin a 300 años de matanzas mutuas; pero el Estados Unidos dirigido por Bush (como el Israel de Sharon) sigue creyendo que puede basarsu seguridad en los muros.

Sin embargo, en un mundo donde el interior y el exterior son la misma cosa, los muros no podrán dejar fuera a los malos y tampoco podrán mantener dentro a las plagas criminales o sanitarias, o al capital depredador. Entre los países que 'patrocinaron' a los criminales del 11-S no sólo estaban el Afganistán de los talibanes y la Arabia Saudíwahabí, sino también la Nueva Jersey demócrata y la Florida republicana, donde varios de los terroristas del 11-S residieron durante años. Demasiados políticos estadounidenses viven en un mundo de Estados nacionales propio de los siglos XIX y XX, y usan a antiguos enemigos como la Alemania nazi y la Rusia soviética como modelos para nuevos enemigos como Al Qaeda y Hamás, a pesar de que estos nuevos enemigos de la seguridad y la libertad no son en absoluto ni dictadores estadistas ni Estados rebeldes. El terrorismo se parece más al sida, al calentamiento del planeta y al narcotráfico internacional: no es producto de los Estados nacionales, sino de nuevas fuerzas interdependientes que han reducido a la impotencia a los Estados nacionales más poderosos, especialmente cuando actúan por su cuenta. Al Qaeda no es un Estado rebelde, es una ONG malévola -podemos llamar a sus partidarios terroristas sin fronteras- y no será derrotada por muchos regímenes talibanes o por muchos Sadams brutales que Estados Unidos derroque. En un mundo interdependiente, las fuerzas del terrorismo son asimétricas respecto a las de las naciones que poseen la hegemonía militar. ¿Cuántos bombarderos B-1 hacen falta para derrotar a Al Zawahri? ¿Cuántos tanques Abrams para capturar a Osama? ¿Cuántos soldados estadounidenses para derrocar a Múqtada al Sáder? No puede haber una respuesta sensata a estas preguntasporque las fuerzas opuestas son asimétricas; razón por la cual Estados Unidos ganó la guerra formal contra el Irak de Sadam, pero ha perdido la paz informal con aquellos a quienes 'liberó'.

Los antiguos hábitos de independencia soberana son omprensiblemente difíciles de romper. Hace 228 años, creyendo que la libertad y la autonomía de su nación soberana iban de la mano, Estados Unidos proclamó su independencia. Durante más de dos siglos, imitado por Europa, siguió considerando que el ideal soberano era la premisa de los derechos y la justicia social, en cuyo nombre se esforzaba por llegar aser democrático y libre. Hablando no sólo por sí mismo sino también enrepresentación de otras naciones, sigue creyendo que la democracia se basa en la liberación nacional, y que la libertad personal exige la independencia nacional. El mundo ha seguido el modelo estadounidense. Tras la II Guerra Mundial, las luchas por la liberación nacional contra el dominio colonial en todo el Tercer Mundoconvirtieron la independencia en condición para la libertad. Hace poco menos de quince años, los habitantes de Budapest, Praga, Varsovia y Moscú reafirmaron la poderosa relación entre libertad e independencia declarándose liberados del dominio ejercido por el comunismo soviético; reclamando su libertad mediante la reafirmación de su derecho al autogobierno. Hoy, en partes del mundo tan diferentes comoAfganistán, Liberia, Kosovo y Brasil, las naciones siguen afirmando que su independencia soberana frente a la tiranía interna y el imperialismo externo es una condición para la libertad de su pueblo.

Pero las naciones que desde hace tiempo disfrutan de su independencia o aquellas que recientemente han luchado por conseguirla están aprendiendo por las malas que la libertad, la igualdad, la seguridad frente a la tiranía o frente al terrorismo no se basan exclusivamente en la independencia. Que en un mundo en el que la ecología, la saludpública, los mercados, la tecnología y la guerra afectan a todos por igual, la interdependencia es una cruda realidad de la que depende la supervivencia de la raza humana. Que donde gobierna el miedo y el terrorismo se recibe sólo con 'horror y sobrecogimiento', no se pueden alcanzar la paz ni la democracia. Que mientras no establezcamos esas instituciones mundiales que puedan ofrecernos una interdependencia benéfica, estaremos acosados por entidades mundiales que nos hacen pagar el precio de la interdependencia maléfica y anárquica. Que si no emprendemos un nuevo viaje hacia la democratización de nuestra interdependencia, podríamos perder las ventajas proporcionadas por el antiguo viaje hacia la independencia democrática. Mientras que antes, para garantizar su destino, las naciones dependíanexclusivamente de la soberanía, hoy dependen unas de otras. En un mundo en el que la pobreza de unos pone en peligro la riqueza de otros, donde nadie está más seguro que el menos seguro, el multilateralismo no es una estrategia de idealistas sino una necesidad realista. La lección que nos ha enseñado el 11-S no ha sido que un Estados Unidos soberano podía disuadir y desbancar unilateralmente a los países rebeldes,sino que la soberanía era una quimera; que el VIH, y el calentamiento del planeta, y el comercio internacional, y la proliferación nuclear, y la delincuencia multinacional y el capital depredador ya habían robado a Estados Unidos la esencia de su preciada soberanía mucho antes de que aquella mañana los terroristas manifestaran el asesino desprecio que sentían por ella.
Estados Unidos sigue esperando desempeñar el papel de Llanero Solitario en un mundo en el que lo cierto es que sólo los 'grupos' globales tienen una oportunidad de éxito, porque la interdependencia es ahora nuestra realidad; y el reconocimiento de la interdependencia es el punto de partida necesario para establecer una política exterior prudente. Pero los ciudadanos no necesitan esperar que los presidentes o los gobiernos adopten la interdependencia y trabajen para construir una arquitectura cívica de cooperación mundial. El 12 de septiembre de 2004, continuará en Roma el viaje hacia la interdependencia que empezó el año pasado en Filadelfia y Budapest. En Filadelfia, se promulgó la nueva Declaración de Interdependencia, firmada porcientos de ciudadanos en persona y por miles más en Internet (véase www.civworld.org), en el primer Día de la interdependencia, que fue celebrado también en Hungría.

Este año, miles de personas de más de dos docenas de países se reunirán en Roma para celebrar el segundo Día de la interdependencia. Una impresionante lista de testigos de este día (que será celebrado también en 20 escenarios estadounidenses y en otra media docena de países de todo el mundo) reafirmará la sencilla verdad de que ningún niño italiano y ninguna madre estadounidense podrán jamás dormir seguros en sus camas si los niños de Bagdad y Karachi o los padres de São Paulo y Darfur no están seguros en las suyas. Que a los estadounidenses y a los europeos no se les permitirá sentirse orgullosos de la libertad si la gente de otros sitios se siente humillada por la servidumbre. Esto no se debe a que Europa y Estados Unidos seanresponsables de todo lo que les ha ocurrido a los demás, sino que en un mundo de interdependencia las consecuencias de la pobreza y la injusticia para algunos las sufrirán todos. En palabras de la Declaración de la Interdependencia, ha llegado el momento de que todos los pueblos se declaren 'ciudadanos de un CivMundo, cívico, civil y civilizado... reconociendo (sus) responsabilidades para con los bienes y las libertades comunes de la humanidad en su conjunto'. Todos aquellos que lo hagan el 12 de septiembre en Roma y en cualquier otro lugar del mundo serán pioneros de un viaje en el que, si queremos sobrevivir, todo ciudadano -cartero o primer ministrodeberá embarcarse a su debido tiempo.

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