miércoles, 1 de abril de 2009

Un presidente para los ideales de un país que ya no existe



Fui a verlo y apoyarlo en la cancha de Estudiantes de La Plata y en el Obelisco, donde éramos un millón de personas. La noche de las elecciones fue una fiesta. Nada hará olvidar el éxtasis que sentimos ellos los radicales y los neutrales que lo votamos, con la derrota de la patota peronista y el final de siete años de represión. Pero los peronachos y los milicos siguieron haciendo de las suyas, volviéndole el gobierno imposible.

Cuando renunció y lo reemplazó el vendepatria mayor del siglo XX, ya era demasiado tarde para darse cuenta de que la Argentina por lo menos estaba buscando un rumbo como nación, mientras que del 89 en adelante lo perdió para consolidar su nuevo rumbo como republiqueta corporativa, ahora principalmente sojera.

A inicios de 1988 fui hasta la quinta presidencial en Chapadmalal y le dejé a quien me atendió, un libro de regalo, escrito por mí, en una edición artesanal. Trataba sobre cómo había sido elaborado el plan del mundo para que la humanidad fuera un fracaso como especie, una sociedad imposible de enderezar. Nunca supe si lo leyó, pero de haberlo hecho, siendo que todavía no se hablaba abiertamente como ahora sobre conspiraciones cósmicas y gobiernos serviles a ellas, quizá al menos pueda haber tenido la suficiente imaginación para intuir que el misterioso regalo sonaba un tanto a advertencia: las cosas siempre fueron peores de lo que parece, y podrán ser peores de lo que están. Sin lugar para el optimismo, tampoco era de esperarme una respuesta suya; la suerte del planeta estaba echada, y la Argentina caminaba hacia la catástrofe, sin que nadie al timón pudiera cambiar el curso. No recuerdo qué le escribí en la dedicatoria del libro, pero estoy casi seguro de que nada que augurara grandezas, más bien, apenas claridad para comprender el estado de las cosas tal como son, y quizá un deseo de libertad para los que las habláramos entre tanta falsedad de unos y silencio cómplice de otros para que las verdades nunca se sepan.Hoy en la Argentina lo falso y el silencio son socios. Al igual que en todo el continente, en todo el mundo.

En ese contexto, Alfonsín no tenía por qué ser nuestra esperanza, sino apenas nuestra realidad que aceptar, con sus desaciertos incluidos.

A diferencia de otros políticos anteriores y posteriores a él, podrá ser juzgado por la historia, sin haberlo sido, en vida, por los tribunales.

1 comentario:

Alma Mateos Taborda dijo...

Ecelente blog y aunque crezca tu ego debo decirte que coincido con tus reflexiones y que ha sido un placer leerte. Un abrazo desde Río Cuarto.