miércoles, 20 de enero de 2010

Los avatares de Avatar

Entre lo ecológico-espiritual contrario a la Iglesia, y el negocio de las megaproducciones


Sobre Avatar hay tan disímiles críticas, y sin embargo tan acertadas, que hasta la contradicción parece inevitable; como si los méritos de la idea y realización fílmica hubieran tenido que sacrificar, necesariamente, detalles que desmerecen la calidad del producto. Si para idear una historia que no pareciera una parodia cósmica de Danza con Lobos o de Pocahontas, utilizando recursos técnicos de Matrix, Aliens, o instancias en que la Naturaleza se une a los humanos para combatir al enemigo, como en Tarzán o El Retorno del Rey, se hubiera optado por la originalidad, tal vez no se habrían encontrado argumentos nuevos: ya todo parece haber sido hecho, y de lo que se trata es de usar viejas fórmulas que hayan sido exitosas.
No obstante, así como hicieron Robinson Crusoe en Marte (1964), cuando a uno le cuesta no ver al teniente Dunbar (Kevin Costner) en Pandora, se recuerda aquello de que "nunca las segundas partes fueron buenas", aunque en este sentido, Cameron con Terminator 2 haya logrado una de las excepciones a la regla.

En lo que más pensaba mientras transcurrían las primeras escenas en el bosque, es en que el público infantil debe estar fascinado con esto. Los niños simplemente disfrutan, no tienen la carga de argumentos calcados que nos fueron metiendo durante décadas de cine hollywoodense copiándose a sí mismo una y otra vez, producto de la mentalidad de cierre del mercado que hace al impedir que los cines pasen producciones con otros estilos procedentes de otros países, de donde los alguna vez simples espectadores, hoy directores de cine, pudieran haberse nutrido para ir cambiando el enfoque, la trama, y hasta los desenlaces previsibles de la mayoría de las historias.

Ya en 10.000 a.c. el personaje del foráneo "Danza con Lobos" ahora era el joven "Habla con Smilodonte" (el tigre con dientes de sable del Cuaternario), y su imagen junto al animal ya estaba dibujada en roca como profecía del "elegido" que liberaría al pueblo; ahora, después de haber sido despreciado por los nativos de Pandora tras el ataque de los alienígenas terrícolas, en especial por su amada, Jake retorna encima del temible reptil alado que nadie había "domado": sólo el "elegido" que todos vieron bajar "con gran poder y gloria", con la expresión en sus rostros, de ser alguien profetizado -avatar: del fr. avatar, y este del sánscr. avatâra, descenso o encarnación de un dios- (la escena de Jake iluminado por esas cositas vivientes que le cubrieron el cuerpo, poniendo los brazos extendidos en una clara alegoría crística, anunciaba un contenido mesiánico que, por cierto, disgustó a público de razas no blancas que protestaron por la idea ya recurrente, de que los nativos de las historias fílmicas siempre tengan que ser salvados por un blanco y no por ellos mismos).

Lo que me gusta de la polémica que se produjo por temas religiosos, es que el Vaticano vuelve a mostrar su anacronismo con los tiempos que corren: la Hipótesis Gaia (el equilibrio vital planetario obedece a una inteligencia reguladora que la Tierra posee en tanto se la entienda como un superorganismo viviente), debiera ya haber sido aceptada por la Iglesia. Que la estructura atómica del mundo físico, desde lo inorgánico a lo orgánico, pueda funcionar a partir de una energía vital conectada con lo que Lucas en Star Wars definió como "La Fuerza", y que en cada mundo constituya una unidad de conciencia autónoma como sería Gaia (Eywa, en Pandora), no contradice la existencia de un Ser Supremo inmanente. Lo que la Iglesia teme es que la gente deje de invocar a un Ser Supremo trascendente (el inmanente está en todas las cosas, es más cercano: hasta está en nosotros mismos), mientras que al trascendente (está demasiado lejos...), sólo se llega siguiendo la cadena de mandos: Cristo, el Papa, los cardenales, los obispos, arzobispos y los párrocos; ellos son: el Camino y el peaje. Entonces, como en Avatar, así como en Star Wars, no se sugiere la intermediación de jerarquías humanas o celestiales, sino la conexión directa con una Fuerza que irriga todas las cosas, el Vaticano prefiere olvidar, por un momento, que gasta una fortuna en su observatorio astronómico para estar a la altura de los tiempos, mientras negando la divinidad que fluye a través de la Naturaleza nos quiere tratar de paganos a los que pensemos como James Cameron propone, sin saber el gusto que nos da gozar de ese paganismo, mientras la Iglesia se autodestruye por no actualizar el mensaje. (CIUDAD DEL VATICANO, AP: "El periódico y la radio del Vaticano calificaron “Avatar” como simplista y criticaron el filme por acariciar doctrinas modernas que promueven el culto a la naturaleza como sustituto de la religión"-El Universal-)

En cuanto a la tecnología fílmica, lo peor del caso es que el nivel de exigencia del público se envicie con una sobrevaluación de lo técnico por sobre lo argumental, y entonces los cines terminen siendo salas de realidad virtual con todo tipo de efectos y entes inexistentes en nuestra realidad digitalizados, incluso sustituyendo actores, y voces por grabaciones moduladas de archivo. Los que no dispusieran de 100 millones de dólares ya no podrían dirigir (si te doy los 500 millones que costó Avatar, seguro sos un James Cameron, pero sin ellos, ¿qué es él? el director que menos películas hizo en la historia del cine, todas carísimas y tecnificadas; dale una cámara 16 mm como a los de la Bruja de Blair y los 30.000 dólares que les costó, a ver si logra el éxito de ellos). Sin darnos cuenta, desde hace unas pocas décadas, le estamos rindiendo culto a los que concentran más capital en los proyectos fílmicos, incluído el que aplican a la publicidad, e ignoramos a los que con pocos recursos hacen cosas muy buenas, aunque está el caso reciente del inglés que logró meter con éxito en muchos cines una película con la que incluso fue a Cannes y cuyo presupuesto fue de 50 Euros, gastados enteramente sólo en café para los que actuaron gratis.

(Fui al cine con un guionista y ambos salimos con la misma sensación de que el paradigma que propician estas megaproducciones es el de la exigencia de recursos técnicos y económicos tan inaccesibles para la mayoría de los cineastas, que en el mercado habrá demasiados excluídos y pocos dueños del negocio de hacer películas y posicionarlas en la cartelera).

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Claudio Omar Rodríguez
Monterrey, enero de 2010

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